miércoles, 16 de diciembre de 2009

Feliz Navidad





YA ESTÁN AQUÍ SI NADIE LO REMEDIA

Ya llegó oficialmente la Navidad y a servidora se la trae bastante al pairo aunque reconozca que le debemos una a la crisis: han llegado de acuerdo con el calendario gregoriano, o sea, en Diciembre, como Dios manda. ¡Conque usted piensa que soy una snob, que no digo más que imbecilidades para parecer una listilla del tres al cuarto! Pues le diré que de eso nada monada y que no se meta conmigo que las guardo finas. ¡Reflexione por Dios!
—¿A cuántas comidas y cenas tendrá que asistir?
—Bueno, a unas cuantillas, pero eso sí, a gusto, que uno aprovecha para ver a la gente que quiere una vez al año.
—Por un casual ¿se ha fijado  en lo que paga y en la birria de lo que le dan? ¿Cómo se siente después de haber ingerido esa insufrible mezcla de sofrito con turrón y de sopa con caviar falsificado? ¿Cómo se le queda el cuerpo y las entrañas?
—No insista querida señora, no me sea plasta, que a mí me gusta la Navidad.
—¿Y qué me dice de las compras? Horas y más horas delante de las cajas registradoras (¡bonita rima!). Pies alborotados y algunos sueños encontrados (y  siguen las rimas). Y después escuchará chiquicientas veces aquello de: “No se preocupe que siempre se puede descambiar. Tiene cuatro meses, seis días y cinco horas para hacerlo”. Pero ni por esas. Y mientras usted se debate entre varias peguntas de alto contenido existencial: ¿Querrá una corbata o una suscripción al  Playboy? (Piense: lo del Playboy lo tiene gratis en la playa de las Canteras) Y, entonces ¿qué le compro? Pues…unas cholas, unos pantalones cortos, y una gorrita de beisbol, para que se vaya preparando. También puede colar lo del Kamasutra con su DVD, y eso  aunque ellos piensen que ya se las saben todas. ¡Ay qué me parto! Lo cierto es que nunca está de más recordarles que siempre hay lugar para aprender, y que hasta la UNESCO aconseja eso del estudio a lo largo de toda la vida, más que nada por desatascar las neuronas, y por lo que sea que haya que desatascar.
—¡Conque ya se me va animando! ¿Pues no dice usted que la Navidad se la trae al pairo?
—Me quedo desperrada y más triste que una loba esteparia, por no hablar de los kilillos de más.
—¡No se preocupe, mujer, que le sientan de maravilla!
—¡Ay!, ¿usted cree?
—¡Que sí, que sí,  que todavía quedan muchos meses antes de la operación biquini!
—¿Entonces tocan mazapanes, pavos, Moët Chandon, subida a la torre Eiffel, paseo por el Sena, modelito, taconazo, hotelazo cinco estrellas, noche de loca pasión…?
—Tampoco hay que pasarse. Recuerde lo de las tradiciones, lo de que la vida se hace a retazos de felicidad. No olvide a su madre, a su abuela, a su tatarabuela.¿ Y qué hay de la mesa con las velitas, los paquete con los regalos, las horas y horas y horas y más horas delante del caldero? ¿Y de las tongas y tongas y tongas de platos, vasos, cubiertos? Por no hablar de los manteles manchados y requetemanchados. ¿Y la cara de felicidad de los suyos? ¿Quién se podría resistir?
— O sea, que este año tampoco toca.
—Tampoco.
—¿Ni siquiera lo de la última parte, lo de la noche de loca…?
—¡Qué pretensiones! ¿Cómo podría ser después de semejante  abarruntamiento digestivo? ¡Ni que uno fuera Supermán!
—¿Me puedo saltar lo de las truchas?
—¡No se atreverá!
—¿Y si simplificamos las compras y regalamos Bonos del Tesoro, o stoks options, o un manojo de boletos para una rifa de un viaje para tres, o unos cuantos “vales” para las rebajas?
—¡Siga, siga, no se corte mujer, cárguese la Navidad, degrádela un poco más! No sólo tiene uno que aguantar el dichoso Papá Noel, los renos cornudos, el arbolillo de las narices, sino que encima hasta se atreve con las truchas. Pero en este punto, querida señora, le informo que ha tocado usted en duro. ¡Se me pone el mandil, me compra las obleas, hace la masa, las rellena y  las fríe o  las mete en el horno que con eso no vamos a discutir!
—¡Qué cruz señor! ¡Viva la Navidad!

Pd.: Mis besos y abrazos para todos y todas, feliz año 2010 y eso lo digo de corazón.

jueves, 8 de octubre de 2009

Radiografía





Vengo del médico. Acabo de realizar mi revisión anual. Me entregan las radiografías, y esto es lo que me encuentro: un fondo gris, cierta luz cenicienta sobre la destaca una caja torácica y un corazón roto superpuesto.

Como gracia no está mal, ha sido el radiólogo que es amigo mío: “Mira, para que te veas como te vemos los demás” —va y me dice el muy zopenco—. “¿Y tú como te verías si te hubiera ocurrido lo que a mí?” —le respondo, porque a este se la tengo jurada, va por la vida de sobrado, como por encima de los mortales—. Se ríe y me río con él. En el fondo nos queremos y hemos pasado algunos años cerca el uno del otro, compartiendo las pequeñas cosas que nos parecían importantes.

Ya he ido al abogado. Un experto según me recomiendan las amigas. Mis brotes verdes se han secado y creo que ya no sirve de nada esperar. Intenté un acercamiento. ¿Quién no lo habría hecho después de estos diez años de convivencia, dos hijos y una hipoteca? No hubo respuestas. Salvo por  un simple: “Decidí marcharme, no me lo tomes a mal, no tengo nada en contra, me fui, me voy ya hablaremos luego…”, que se le podría haber dicho a la estanquera del barrio.

Lo cierto es que no creo que se me note mucho de cara a la galería. Les digo a todos que no tengo tiempo para deprimirme. Mi doctora me recomienda que contacte con mi “yo” interior, me pregunta que cómo me siento. Yo respondo que bien, que me lo suponía. Pero, claro, no es estoy por la labor de perder encima mi dignidad. Y, si no fuera por la maldita radiografía, nadie sospecharía qué es lo que me pasa por dentro.

Sospecho que me encuentro ante el mejor método de adelgazamiento. Los pantalones comienzan a colgarme del trasero y voy a tener que comprar otros. Sólo me asusta la noche, cuando los niños duermen y se hace el silencio. Entonces despiertan los fantasmas, se cuelan por la puerta, por la ventana, recorren zigzagueantes las paredes y por eso no puedo apagar la luz. Cuando apenas siento que me llega el sueño me apresuro a darle al interruptor de la lámpara que tengo sobre la mesilla. Y es en ese preciso momento cuando aparecen.  Resbalan por mi cuerpo, percibo su aliento sobre mi cuello, se esparcen como sombras chinescas por las rugosidades de mis paredes, cantan muy quedos una canción triste, o me asustan porque parece como si se fueran a desplomar y a aplastarme contra el colchón. Resisto cuanto puedo, aguanto hasta el límite y me digo que no, que no puede ser, que otra noche en vela no es posible, que lo intente, que me concentre, que haga relajación, que respire que no me detenga, que lo llame a gritos, que le diga al sueño que me devore, que se quede junto a mí, que sea él quien me susurre hermosas palabras, que me cante una canción de cuna, que me arrulle con su mano.

Pero no, nunca viene, y entonces observo como mi mano, cansada e insegura  prende de nuevo la luz y me despierto a sabiendas de que mañana estaré agotada, de que mi humor será insoportable, porque la sumas de las noches se ha ido haciendo larga, y el cansancio ya es como una informe torre de babel donde se confunden todas mis lenguas.

Y así transcurren mis días y mis noches. Los niños también se resienten, aunque siguen jugando y peleando como siempre. Les miro sus caritas y se me alegra la expresión porque parece como si ellos aún no conocieran la tristeza. En cualquier caso: ¿cómo la podrían conocer? 

Esta noche hemos tenido nuestra habitual sesión de cuentos. Propusieron dos nuevas palabras: “parque” y “ratón” para iniciar el relato. Ahora también los dejo  que participen y nos quedó esto:

“La señora Pérez acaba de tener un ratón. ¡Claro, si la señora Pérez ha tenido un ratón será porque ¿ella es?!... Una ratona —responden los niños—. ¿Y si el nuevo ratoncito tiene una mamá que se llama Pérez, cómo se llamará?…¡Ratoncito Pérez! —dicen los niños encantados con la ocurrencia”.

Entonces comenzamos a hablar del dichoso Ratoncito Pérez y su manía de recoger dientes y todas esas bobadas, como si no hubiera otra cosa mejor que hacer que dejar dinero bajo la almohada.

Y a mi se me fue olvidando que he tenido un día de perros, que la ropa se me amontona en la cesta de ropa para planchar, que las cuentas no me salen y que ya ni sé cómo voy a llegar a fin de mes.
Ahora los niños duermen. He abierto la ventana para observar las estrellas y darles la bienvenida a mis fantasmas favoritos, los que se me volverán a colar por la puerta y que me tendrán despierta hasta vaya usted a saber cuándo. Y, naturalmente, han venido todos en fila, a ocupar los asientos de este teatro que es mi dormitorio, para presenciar mi triste espectáculo al precio de nada. No sé cómo no se aburren. Entonces me dirijo a ellos, me inclino, les hago una reverencia y les digo: "Bienvenidos, comienza la función". 
  

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Brotes verdes

Son las siete de la tarde. Carmen llega por fin a su casa. La preceden Andrés y Elvira, siete y cinco años, pilas alcalinas de las que duran y perduran y que les hace moverse, pelearse y empujarse por todo el camino.
        Tampoco hoy su padre ha podido hacerse cargo de ellos, pues le han convocado para una reunión de última hora.
        Para Carmen hoy es un día cualquiera, de una semana cualquiera, de un mes cualquiera y de un año cualquiera: había terminado una jornada laboral llena de sobresaltos, había recogido a los niños del colegio, los había llevado a su clase de esgrima y había pasado por el supermercado.
        Nada más abrir la puerta el aroma de la ausencia se le estampó en la cara como una bofetada. Sorprendida, se dirigió como una exhalación hacia el dormitorio, porque sospechaba que era desde allí desde donde provenía la vaharada húmeda que casi la había hecho tambalearse y caerse al suelo. Encontró la cama deshecha, tal y como había quedado desde la mañana, y comprobó que no había ropa interior tirada por el suelo y que la mitad del armario ahora estaba vacío.
       Buscó en vano alguna nota, alguna explicación pero no, allí no había nada de nada, sólo el olor, el vacío, el silencio. La respiración continuaba acelerada igual que su corazón. Las piernas se le fueron aflojando y tuvo que sentarse para no desplomarse. Una arcada le subió desde el estómago y le oprimió la garganta. Desde el otro extremo de la casa se escuchaba el alboroto de los niños que iba in crescendo. Entonces pensó que tal vez debería dejar para más tarde la gestión de la crisis.
       El panorama era el de todos los días, a saber: camas por hacer, ropa para lavar, cacharros que fregar, juguetes desparramados por todos sitios. Amenazó a los niños con la Bruja del Saco y los puso a recoger todas sus cosas, mientras ella ordenaba lo más perentorio. Puso la lavadora a funcionar. Bañó a los niños tragándose las lágrimas, les puso la cena mientras, como todas las noches, inventaba un cuento con dos palabras que ellos previamente le habían regalado. Las palabras de esa noche fueron: “mordaza” y “cordero”.
     Y Carmen comenzó:
    “Esta es la historia de un hermoso corderito que quiso vivir en un cuento de un niño al que le gustaba ser El Principito y que vivía solo en un planeta junto a un árbol del revés. Es decir, el baobab, un árbol con las raíces en el aire y las ramas en los pies…”
    Los niños seguían muy atentos al relato, ajenos a lo que se les venía encima, porque los cuentos de mamá eran unos cuentos diferentes a todos los demás.
    “…pero el cordero balaba y balaba sin cesar y en aquel planeta se hartaron del dichoso cordero que no los dejaba dormir. Probaron a ponerle una mordaza, pero a los niños aquello no les gustó, porque al pobre corderito se le veía muy triste, así que decidieron enseñarle a cantar, de esta forma, al menos, les amenizaría las veladas…”
     Terminaron de cenar y los llevó a la cama no sin antes advertirles que el cuento que les había contado era a cambio de que se acostaran sin dar la tabarra, y de que si no tenían sueño tendrían que ponerse a leer. Y se fue a jugar el segundo tiempo del partido a solas, sin banquillo, sin suplentes, sin entrenador.
     …no voy a negar que no me lo esperase, a esta camisa le falta un botón, a ver si tengo lejía, pero no de esta manera, sin más, sin dar una explicación, ¿qué explicación podría darme?, ¿o es que no me lo merezco?, han sido algunos años, y últimamente muchos silencios, ¿y quién no vive en silencio cuando hay tantas cosas por hacer?, ya se habrán dormido los niños, si pudiera comprar una maquina para fregar los platos, ya tendrá a otra calentándole las sábanas, ya se sabe que ellos no se van sin tener un recambio preparado, tengo que lavar estas cortinas están que dan asco, pero claro, a nosotros no nos queda tiempo ni para respirar, qué le den con morcillas, seguro que mañana estará aquí pidiendo disculpas, qué se habrá creído…
     Las horas fueron pasando, el silencio se había adueñado de la casa, del edificio, de la calle, de la ciudad.
    Una vez que terminó la faena y después de reconocer que le había metido un gol de penalti y por toda la escuadra, se dirigió al baño. Frente al espejo encontró a una mujer cansada, con algunos surcos prematuros señalando la vertical de su rostro. Entonces llegaron otras imágenes, otros recuerdos y sintió que a su fortín le habían horadado la muralla bajo el fuego cruzado de algún obús. Las lágrimas calientes y traslúcidas comenzaron a manar silenciosas dejando tras de sí un reguero como de plata. Se acercó al espejo de aumento, el que le devolvía una imagen multiplicada por cuatro, y observó como una pestaña se había vuelto verde y en su extremo, dentro de una gota salada, nadaban algunas flores. ¿Habrán llegado por fin brotes verdes también para mí? —se preguntó—. Entonces se quitó su anillo de casada y descubrió que bajo el metal yacía un aro blanco, y quiso creer que tal vez hubiera algún nuevo comienzo para ella escondido en ese pequeño fragmento de hermosa piel.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

La Caja Negra


El verano da para muchas cosas. Una de ellas, para mí la más placentera, es poder leer como una cosaca en cualquier lugar y sin sentirme culpable por las cosas que debería estar haciendo y que no hago por estar a la bartola leyendo.
Y ahora escuchen esto:
“Querido Alec:
Que no hayas destruido esta carta al reconocer mi letra en el sobre prueba que la curiosidad es más poderosa que el odio. O que tu odio necesita carne fresca”.
Así arranca La Caja Negra.
Decía Borges que su obra de teatro favorita era Macbeth porque empezaba arriba y terminaba arriba —la cita no es literal—. Y eso mismo es lo que sucede con esta obra del autor israelí Amos Oz: empieza alto, sigue alto y termina alto.
Y lo comento porque ha sido mi verano: “Amos OZ”.
La obra se articula en torno a una serie de cartas y telegramas que desgranan las relaciones entre personajes que han sido descritos y desarrollados con una maestría inigualable.
Giddeon, excombatiente judío y ahora brillante profesor universitario. Ylana, su ex esposa, que aún lo ama, confusa, impredecible, casada con un ultra ortodoxo. Boasz, el hijo imposible que finalmente parece convertirse en el más cuerdo de todos. Sommo, el nuevo esposo de Ylana. Zakheim, el abogado…
Y como telón de fondo, y sin que pueda ser de otra manera, el conflicto palestino israelí desde la perspectiva de un Amos Oz conocido por su defensa del entendimiento y la paz.
Y ahora sigan escuchando:
“¿Qué quiero esta vez? ¿Qué más puede pedir la mujer del pescador al pez de oro? ¿Otros cien mil o un palacio de esmeraldas? Nada Alec. No tengo nada que pedir. Sólo te escribo para hablar contigo”.
El libro es sencillamente magistral. Una tragedia de alcance Bíblico. Una tragedia muy recomendable.

martes, 30 de junio de 2009


El pasado viernes 19 de Junio, en el Parque de San Telmo, a las 11 de la mañana, se inaugura una muestra de actividades realizadas en los colegios de Gran Canaria, financiados por el Cabildo Insular.
En el caso de Las Palmas de Gran Canaria, se ha realizado el trabajo denominado: “Levanta el telón…de tu educación”.
Se trata de la representación de una obra de teatro denominada: “El Barrio de los Mil Olores” de la que soy su autora.
Los protagonistas, unos perritos que proceden de distintos lugares (Suiza, China, Canarias…), viven en un barrio (que puede ser cualquiera de los nuestros), variopinto y multicolor. Su guarida se encuentra junto a un vertedero de basuras donde se recibe comida rancia todos los días.
Las cosas se ponen feas cuando se decide construir una Planta de Reciclado y hacer desaparecer el vertedero. Los perritos se unen para defender su territorio. A la protesta se suman otros personajes: Tetrabrik, Bolsa de Supermercado, Cristal Sonoro, Papel Ilustrado, Residuo Orgánico, ratones, moscas etc. habitantes del vertedero y perjudicados por esta catastrófica medida. Y es que nunca llueve a gusto de todos.
Han participado 23 CEIP (Centros de Educación Infantil y Primaria de todo el municipio).
Estamos trabajando con los lectores del futuro.

lunes, 29 de junio de 2009

Sala de exposiciones




Acrílico 1.5 x 1 Paisaje al tardecer con perro.

Acrílico 1 x 0.5 Paisaje al tardecer.

Acrílico 0.5 x 0.25 Paisaje.

Marco

domingo, 28 de junio de 2009

Nada es lo que parece

Hola a todos. A los que me aman y a los que me persiguen. A los que asusto y a los que enamoro. A los que me estudian y a los que me ignoran.
Soy un lobo peludo. Un lobo feroz. Un lobo terrible. Un lobo que espanta al ganado. Un lobo que se come a las ovejas, en resumen: un lobo lobo.
Vivo en un bosque encantado, lleno de laureles centenarios. Un bosque tenebroso, húmedo y sombrío, donde se escuchan voces perdidas y quejidos lastimeros.
En las noches de luna llena el bosque se tiñe de plata, y entonces resulta aún más frío, más lúgubre, más tétrico, en resumen: se trata de un bosque bosque, lo que se dice un bosque como tiene que ser un bosque.
Mi vida ha transcurrido plácida y feliz hasta que han irrumpido en las proximidades de mi territorio tres seres estrafalarios.
Se trata de una madre, una nieta y una abuela achacosa que acostumbra a decir que se encuentra muy enferma. Tres criaturas que puso el demonio [¿dónde?] para turbar la paz de la naturaleza.
La mentada niña, cuyo nombre desconozco, recorre el bosque cantando “tralará, tralari…”, como si en realidad se tratara de una criatura de verdad, como si fuera un ser con entendimiento.
Para que se hagan una idea de la clase de niña ante la que nos encontramos, les diré que los pájaros que habitan los árboles se cubren los oídos con las alitas nada más sentirla llegar. A veces viene canturreando en inglés y otras trae unos auriculares puestos.
O sea, en vez de escuchar la Gran Sinfonía de los Pájaros, Opus 27, obra del conocidísimo Wilfred Von Amadeus, se obstruye el intelecto con ¡vaya usted a saber que cantata del tres al cuarto!
Le importa un bledo atravesar el bosque por el camino largo (que es el bueno), que hacerlo por el camino corto (que es el malo y, además, es donde yo la espero).
Le he aullado con fuerza. He abierto mis fauces para que observe mi perfecta hilera de dientes blancos. Me he escondido entre el follaje para atacarla, dando tal alarido que habría hecho retroceder a las mismísimas tropas de Atila, rey de los Hunos. Me he disfrazado de “Cobrador del Frac”, pero ella ni siquiera se ha inmutado.
Bueno… algo sí que dijo:
—¡Yo no soy morosa, así que no me persigas, botarate!
Como mandan los cánones literarios, me he dirigido presuroso a casa de la abuelita, a exigir explicaciones ante el fracaso educativo que manifiesta la niñita, y que la pone al borde de una adaptación curricular muy, pero que muy significativa.
Pero la abuela resultó ser aun peor que la nieta.
Me recibió a sartenazos y por eso llevo la cabeza enrollada con una venda. Todo un carácter, ¡sí, señor! Deduzco, por tanto, que la cosa viene de familia.
Ayer, sin ir más lejos, observamos en lontananza (pido disculpas por el “palabro” grueso, pero es que en estos cuentos antiguos aparecen genuinas momias del léxico), bueno… decía que vimos a los Tres Cerditos. Atravesaban mi bosque al ritmo del “tralará, tralarí...” (por cierto, debe de ser la canción del verano en este bosque). Iban muy tranquilos, cargados con sus planos, dispuestos a construirse tres casitas.
La niña al verlos se atufó toda entera. Se remangó la camisa, puso los brazos en jarras y con voz clara y sonora les increpó:
—¿Se puede saber adónde piensan que van ustedes tres?
—Verás, niña, somos presa del destino. Vivimos dentro de un cuento y, como sabrás, somos constructores de casitas.
—Ya…ya… Constructores de casitas ¿Y los permisos, las autorizaciones, los planes parciales, los planes totales, los planes intermedios y lo que sea que seguramente no tendrán?
—Todo se está tramitando —indican los cerditos muy tranquilos y convencidos.
—¡Explíquense! —ruge la niñita con temible expresión.
—Como este bosque es tan bonito, sólo serán casitas de lujo, unas poquitas nada más. Después vendrá el campo de golf.
-¿El qué…?
-Desde luego, no tocaremos nada importante. Hasta los arbolitos quedarán muy bien en el paisaje.
-¿Y tú no vas a hacer nada mamarracho?
¡Me ha llamado mamarracho! ¡Se ha atrevido a decirme semejante cosa! ¡No lo puedo consentir! ¿No lo puedo consentir?... ¿Lo consiento o no lo consiento?... Porque si lo consiento creerá que puede hacer conmigo lo que quiera, pero si no lo consiento, en menos que canta un gallo, tendré una urbanización entera, pero si lo consiento… ¡Me acaba de arrear una bofetada!
— ¿Pero qué clase de fiera eres tú? ¿No ves que aún no tienen las casitas? ¡Aúlla como un lobo y espántalos de aquí!
Entonces aullé ¡Vaya si aullé! Mientras, con el rabillo del ojo, la observaba atentamente. Los tres Cerditos se fueron con su urbanización a otra parte. Ella se puso contenta, contentísima. Y así descubrí a otra niña. A una niña feliz.
Hoy, de madrugada, llegaron unos hombres. Traían galgos, morrales y escopetas. Venían a bordo de temibles vehículos todo terreno. Parecían peludos y sudorosos como yo.
—Daremos caza, al menos, a un par de lobos —comentaban tan contentos.
El ratón se lo dijo al gato. El gato a la mofeta. La mofeta al perro. El perro a la rana. La rana al sapo. El sapo al cuervo. El cuervo al canario. Y el canario me lo dijo a mí. Y yo… me puse a llorar como un bobo.
No sé muy bien cómo se enteró la niña, pero cuando lo hizo, montó en cólera.
—¡Batracios, truenos, relámpagos, tormentas y cenicientas! —bramó con gran estruendo y alboroto.
Como podrán observar, no sólo tiene muy mal genio, sino que es también muy mal hablada.
-¡¡¡ES QUE NO SE HAN ENTERADO DE QUE LOS LOBOS ESTÁN EN PELIGRO DE EXTINCIÓN!!! —y mientras lo decía mostraba una fina hilera de dientes casi tan blancos como los míos.
Entonces, con los ojos inyectados en sangre, blandió su teléfono móvil y marcó un número secreto.
El resto, ya es historia.
La paz y la tranquilidad han vuelto al bosque. Los pajarillos trinan. Las nubes se levantan. Bueno… pasan todas esas cosas propias de un espacio milenario. No obstante, y en previsión de nuevos males, nos hemos organizado discretamente.
En apariencia seguimos siendo naturaleza pero, en el fondo, late el corazón de todo un ecosistema (tal y como nos lo ha explicado la niña), preparado para dar la batalla hasta el último aliento.
Y, desde entonces, somos amigos. Y cuando digo “amigos”, quiero decir amigos de verdad, amigos hasta la eternidad.

sábado, 27 de junio de 2009

Las semillas mágicas


Esta es una historia sencilla. A mí me la contó mi madre, y a ella la suya, y supongo que de esta forma se podría llegar hasta la eternidad.
Antes del día existió la noche, y antes de la noche nunca hubo nada especial.
El cielo y la tierra se confundían. Las estrellas no habían conocido el brillo. Tampoco había aparecido la Luna, ni los árboles, ni los mares, ni las montañas, ni los ríos.
El Espíritu del Tiempo se hallaba desconcertado. No tenía nada que medir, nada que contar. Así que, se lo pensó muy bien, y decidió enviar a la Tierra, a lomos de un viento estelar, unas semillas mágicas que lo contenían todo: el cielo, la tierra, la luz, el verde, el azul, el canto, las manos para hacer, los ojos para mirar, el bamboleo de las olas, la raíz cuadrada de Pi, el triángulo y el rectángulo, una oda, una lira, un clavicémbalo, la tabla periódica de los elementos, los libros, las recetas de cocina…
De esta forma el Tiempo puso orden y concierto.
Al poco, su obra comenzó a dar frutos: las Pirámides de Egipto, la biblioteca de Alejandría, la ciudad perdida de Petra, el Taj Majal surgieron de aquellas semillas extraordinarias.
Hasta que un día, un sujeto que se aburría mortalmente, decidió buscar nuevas aplicaciones.
Inventó la pólvora y, amigos, desde entonces se escuchan los lamentos del Espíritu del Tiempo.