sábado, 27 de junio de 2009

Las semillas mágicas


Esta es una historia sencilla. A mí me la contó mi madre, y a ella la suya, y supongo que de esta forma se podría llegar hasta la eternidad.
Antes del día existió la noche, y antes de la noche nunca hubo nada especial.
El cielo y la tierra se confundían. Las estrellas no habían conocido el brillo. Tampoco había aparecido la Luna, ni los árboles, ni los mares, ni las montañas, ni los ríos.
El Espíritu del Tiempo se hallaba desconcertado. No tenía nada que medir, nada que contar. Así que, se lo pensó muy bien, y decidió enviar a la Tierra, a lomos de un viento estelar, unas semillas mágicas que lo contenían todo: el cielo, la tierra, la luz, el verde, el azul, el canto, las manos para hacer, los ojos para mirar, el bamboleo de las olas, la raíz cuadrada de Pi, el triángulo y el rectángulo, una oda, una lira, un clavicémbalo, la tabla periódica de los elementos, los libros, las recetas de cocina…
De esta forma el Tiempo puso orden y concierto.
Al poco, su obra comenzó a dar frutos: las Pirámides de Egipto, la biblioteca de Alejandría, la ciudad perdida de Petra, el Taj Majal surgieron de aquellas semillas extraordinarias.
Hasta que un día, un sujeto que se aburría mortalmente, decidió buscar nuevas aplicaciones.
Inventó la pólvora y, amigos, desde entonces se escuchan los lamentos del Espíritu del Tiempo.

1 comentario:

David Nicaise dijo...

Me encanta esta historia, voy a empezar a seguir este blog porque las cosas que he leído me han gustado mucho, espero que escribas pronto.